martes, 28 de agosto de 2012

El y los sentidos


El sentido de hacer las cosas con cariño, el sentido de hacerlas con
cordura, con dignidad y con respeto, con sabiduría pero también con
conocimiento de nuestra ignorancia y limitaciones.
El sentido de querer siempre aprender, aprender a enseñar y enseñar
aprendiendo.
El sentido de saberse querido por saber querer.
El sentido que da a nuestra vida el sentir. El sentir que se siente,
se siente tan dentro.
El sentido de la vista que te hace ver lo que los demás sienten, lo
que ellos sienten y sienten de ti.


El oído que ya de por si siente y que te permite sentir lo que te
viene de afuera y que no solo sientes tú.
El tacto que te hace también sentir. Tocar es sentir y sentir que
tocas es sentir que te sienten. Tocar y acariciar y que te devuelvan
más de lo que has dado, es sentir tanto.
El gusto por querer gustar lo que quieres o deseas sentir, lo que
sientes que deseas que gusten de ti y que sientan y sientas con gusto,
que les gustas.
¿Y el olfato? El perfume de sentir algo tan difícil de decir como se siente.
Entre todos, entre los sentidos y el sentido en esencia, es como en realidad nos sentimos y como nos sienten los que nos sienten queridos.

sábado, 25 de agosto de 2012

Mi pulgar




¡Socorro! ¡Un médico, por favor un médicoooo!
¡Una mujer se desangraaaaa, se desangra y necesita ayuda!!

Así fue como casi pierdo la vida, así fue.

Venía del trabajo y me había ido a casa de mis padres ellos no estaban, no tenía ganas de irme a la mía y quería estar sola.  

Me moría de hambre y en la nevera no había nada. 


Sí, había algo, una cebolla, un resto de mantequilla y un litro de leche y una botella de agua, nada al fin y al cabo. Una nevera a la italiana como decimos en mi familia.



Buscando y rebuscando en la despensa apareció ella, como si de una bendición se tratara: ¡Una lata de almejas chilenas! Que rico fue encontrarse con algo de mi tierra cuando me sentía tan sola.



Y fui al ataque.



Duraron, lo que dura "un caramelo en la puerta de un colegio", como decimos nosotros, o sea nada, el tiempo que transcurre entre la lata, el tenedor y la boca. Sin más aditivos que ellas mismas.



"No quedó ni el boleto", como también decimos en mi país. Ni el juguito se salvó de mi avaricia.



Pero en mi afán de no dejar objetos peligrosos en la basura, al intentar meter la tapa bien adentro, ¡zaz! me corté el dedo.



Sí, me corté el dedo, el dedo entero, el pulgar para ser más exacta.


La tapa cual hoja de bisturí recién estrenada, diseccionó con la rapidez de un rayo todas las capas de mi persona.

Atravesó mi piel, cortó tendones, arterias y venas, seccionó el hueso como si de papel celofán se tratara.

Y allí quedó, él, estirado en el frío mármol de la cocina.

Desde su posición distante, me miraba y me decía:

                  - ¡Por fin me separé de ti, por fin ya no soy tuyo! Tengo alma propia después de tantas décadas de dominación.

Yo lo miraba y no me podía creer lo que estaba viendo. ¡Era mi pulgar el que me hablaba!

Yo desangrándome de vida y él hablándome como si nada.

             - ¡Ya no podrás mandarme más! me decía con rabia. ¡Ya no seré nunca más tu esclavo!

Yo no entendía nada, yo pensaba que todo mi cuerpo era mío siempre. Nunca me habría imaginado que algo de mí tomara vida propia. Era como una pesadilla. Yo sin él, y él sin mí, feliz.

Puesto que nadie vino en mi ayuda, los dos seguimos caminos diferentes, yo intentando sobrevivir a mi pérdida y él ganando identidad.

Me planteé en ese momento, a pesar de mi precario estado hemodinámico, que ya que la situación era irreversible, no me quedaba más remedio que buscar soluciones rápidas y factibles si no quería perder además de un dedo, la vida entera.

Así fue como de repente salió de muy dentro la rabia oculta por perder algo que pensaba que solo podía ser mío.

                - Tú, le dije, tú que durante tantos años parecías imprescindible. Tú, la pinza con la que yo podía manejar mi mano. Tú, el de mi mano derecha, tan necesaria siempre, tan necesaria la derecha a pesar de todo. Tú, en realidad nunca fuiste mi preferido. Mi preferido era él, el que más me gustaba era él, el que más me ayudaba, el que más protagonismo tenía en mi vida.

Si él, él, tu compañero. Tu vecino de al lado, ese que sirve para lo que tú no sabes. Él, el que descubrió mundos nuevos, el que sabe mandar, el que urga en mi nariz cuando nadie me ve. 



Él, el primero siendo siempre segundo, el menos grande siendo tan importante.
No te preocupes, sobreviviré sin ti y le enseñaré como suplantar tu autoridad. Aprenderá habilidades que tú tenías innatas y desarrollará capacidades nuevas.

Y si sobrevivo a esta, volveré a tener en mis manos, a pesar de todo, el poder de seguir creando con ellas todo lo que se me antoje.


¿No tendrá alguien por casualidad una tirita?